Info > Texts


< back

MÁS ALLÁ DE AQUÍ
por Óscar Alonso Molina

texto para el catálogo 2-Dimensional Sculpture,
galeria MasArt, Octubre 2011


Llamo a nuestro mundo Planilandia, no porque nosotros le llamemos así, sino para que os resulte más clara su naturaleza a vosotros, mis queridos lectores, que tenéis el privilegio de vivir en el espacio.
Edwin A. Abbott


Todo en la deliciosa obra de Sabine Finkenauer es un poco plano, un poco esquemático y más sofisticado de lo que parece en principio. Con una característica y muy estudiada reducción formal de las figuras, singularizadas  cada vez más a partir de sus elementos estructurales básicos y de raíz geométrica, nos ha terminado por hacer creer a todos que la paráfrasis de seres y enseres que lleva a cabo es en verdad resultado de una perspectiva ingenua, infantil, espontánea; algo así como si al amparo de cierto estado de gracia, o mejor dicho, gracioso -desde luego muy simpático, hasta divertido-, la autora abordara su tarea de retratar las cosas con singular espontaneidad y soltura, con suma facilidad, describiendo un vuelo ligero sobre el aspecto que nos presentan y por el cual es más fácil reconocerlas.

¿Será verdad esto?, ¿tiene la artista una cualidad especial para conectar con la esencia de lo que mira y ofrecérnosla, digamos que traducida sin mediaciones a un código naïf, inocente y sin mediaciones? Me temo que bastaba con mirar con algo de atención ese universo poblado de niñas, enanitos, flores, jardines -en principio tan sencillo y feliz, es cierto-, que caracterizó su trabajo hasta fechas recientes, para caer en la cuenta, por ejemplo, de que Finkenauer se remite siempre en última instancia a asuntos que están más allá del aspecto de esos protagonistas; o que el repertorio gráfico del dibujo de los niños entre sus manos es sólo un código visual más, y yo diría que especialmente alambicado, con el que ella aborda antes que nada las propias expectativas y conocimientos del mundo de los adultos; o que la iconografía manejada trasciende discreta, maduramente los símbolos, arquetipos y estratos que la antropología tradicional adscribe a los límites fabulosos del cuento infantil. Pero todavía más: bastaría también seguir el proceso de progresiva abstracción en sus asuntos y maneras de tratarlos, su creciente austeridad dándose de la mano con el aumento de preocupaciones espaciales multidisciplinares, o la cada vez mayor importancia que concede a la ubicación site-specific de sus trabajos tridimensionales, para comprender que algo en esta obra está madurando a ojos vista. Todo esto es algo especialmente relevante en esta nueva exposición para la galería masART, que de alguna manera viene a culminar un proceso que ya se apuntaba con bastante nitidez en su anterior comparecencia en este espacio.


Pero no, el arte de Sabine no es para todos, reconozcámoslo. Como no lo es tampoco el de Klee o el de Calder, a pesar de su sorprendente popularidad, ni siquiera el de Torres García o Basquiat. Logradamente explícitas a pesar de su casi completa abstracción, estas escenas suyas recientes, en especial sus maquetas e instalaciones, sin drama ni escenario -todo en ellas desarrolla la intensa pero lacónica actuación principal de un protagonista por lo general único, y cada día más genérico, abstracto, mental-, funcionan al modo de herméticos emblemas, sólo que sin leyenda ni moraleja. Los reflejos de una gema, las piezas prietamente encajadas de un puzzle, la trama y urdimbre de un espacio donde se alude la perspectiva cónica... ¡qué asuntos tan raros para la capacidad gráfica de un niño!, ¿verdad?; y sin embargo, al mismo tiempo, qué atractivos y cercanos para su atención. La percepción de cuanto rodea, real o imaginariamente, a esa hipotética conciencia inmadura podría ser, esto sí, uno de los motores del trabajo de Finkenauer antes y ahora, pero enunciado tal y como lo suponemos nosotros desde el mundo adulto en su paso por la vida: lleno de la atención y sorpresa frente al misterio y la magia que los psicólogos asocian a esa edad.

Así, no es extraño que ahora las cosas se despeguen poco a poco de las paredes, saliendo del papel pintado o de las páginas del cuento que quedó abierto, pues para la imaginación de los críos esto es algo que ocurre con relativa frecuencia y no demasiados problemas. A través del espejo, lo reflejado (en su cristalina luna, o en esa cabecita del niño que Sabine nos propone con no poca malicia) es, literalmente, fruto del azogue... En efecto, tras la sonrisa que indudablemente provocan, puedo sospechar el desasosiego de cualquiera que tenga que desenvolverse entre todas esas figuras por las salas y las de la galería que, como en un teatrino, saltan ya al espacio tridimensional sin conseguir convencernos del todo de su estatus como cuerpos ciertos o bulto redondo. Es como si se mantuviera activada una estroboscopia de su presencia corporal y, por lo tanto, de su sentido concreto para quien las percibe. Los restos del artificio representacional de estas últimas piezas de Sabine, hoy por hoy más complejas, intelectuales, abstractas y preocupadas de su ubicación en el espacio concreto que han de ocupar, lo mismo que en los dibujos y pinturas de la autora mucho más conocidos, son evidentes, incluso ostentosos. Estamos ante un mundo retenido, en dos dimensiones que aspira a conquistar la tercera, pero que, como en la mítica novela de Abbott, es algo que sólo va a suceder en otro momento, por ganancia de una nueva generación futura, de un último traspaso al que estamos a punto de asistir, a la espera.

Es, insisto, un esfuerzo del artificio, del maravilloso artificio del arte lo que hace de la personal cosmovisión de Sabine Finkenauer, como si de una caja de resonancia se tratara, un espacio donde repercute de extraña y muy estimulante manera la presencia del hombre en el mundo, su misma ubicación física, tan básica y a la vez problemática. Las potencias y energías que lo rodean y él maneja, aparecen dando forma al elenco de su reparto tan entrañable pero, a la vez, tan curioso, deforme y sucintamente alegórico. Creo también que la naturaleza, parafraseada como referente último, como estado edénico de una sicología o un estado natural en la especie (el niño, el primitivo, el loco, el salvaje), es en verdad la auténtica ausente, lo mismo en sus sintéticos paisajes como en sus habitantes y frutos. Una naturaleza que me ha hecho recordar en más de una ocasión, mientras escribía estas líneas, aquella descrita por el narrador de El Principito en algún momento del relato de esa célebre historia, no menos maravillosa y engañosamente sencilla -como para niños- que la de Sabine: “Aprendí bien pronto a conocer mejor esa flor. En el plantea del principito siempre había habido flores muy simples, adornadas con una sola hilera de pétalos, que apenas ocupaban lugar y que no molestaban a nadie.” Que así sea.

MasArt Galería. Sant Eusebi, 40. Hasta el 6 de enero 2012.