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TODO SALDRÁ BIEN: EL OPTIMISMO PLÁSTICO DE SABINE FINKENAUER
por Àlex Mitrani

texto para el catálogo Drawing Objects, Galería MasArt, mayo 2008

Sabine Finkenauer ha dejado el imaginario infantil, la fábula, es decir el romanticismo, que caracterizaba su iconografía hasta ahora y que hacía su obra tan inmediatamente atractiva. Este universo representa, a la vista de las obras actuales, el sustrato fértil que ha permitido el desarrollo de un trabajo donde la búsqueda formal se carga de un nuevo sentido procesual y simbólico. El encanto ambiguo, porque era solo superficialmente amable, de las niñas-flores ha evolucionado hasta invertir su funcionamiento.

Donde antes descubríamos algo siniestro, tras la aparente inocencia de un mundo habitado por silenciosas muñecas, ahora, en cambio, emerge cierto discurso del bienestar hedonista tras unas formas mucho más rigurosas y unas composiciones minimalistas que se apoyan en la geometría y sus variaciones. Si antes sus muebles remitían a las casas de juguete, ahora encontramos elementos gráficos que recuerdan a maquetas de la arquitectura utópica que nace con Le Corbusier y la Bauhaus y que deriva en el Estilo Internacional, un modelo arquitectónico que tuvo a menudo su aplicación real en la construcción asociada a las vacaciones y el ocio, dando paso a lo que se ha llegado a denominar como una arquitectura de la felicidad. Se manifiesta pues una peculiar relación entre utopía vanguardista y banalidad cotidiana.

La maqueta se sitúa entre el proyecto, el edificio y el objeto. Las estructuras de Sabine Finkenauer no están centradas en el espacio blanco, como abstracciones, sino apoyadas en una base, en la parte inferior de la imagen. Tienen un peso, una masa. Se produce así una tensión entre el plano, que corresponde a la ideación, y la cosa, la presencia que corresponde a la realidad física. En su fascinada aspiración a la geometrización de las cosas en el dibujo y su incipiente concreción material, Finkenauer parece evocar las dimensiones enigmáticas de las ciencias primarias, como el célebre poliedro de la Melancolía de Durero.

Apuntamos que no es extraño que Sabine quiera convertir sus dibujos en objeto, ya que su carrera artística se inició en la escultura. En sus esculturas metálicas de flores, Sabine conduce la espontaneidad vegetal hacia una formulación regular y simétrica, como insistiendo en la repetición que se deriva de todo proceso de crecimiento, que adquiere un aspecto de secuencia matemática. Por eso, respecto a sus series anteriores dedicadas a las flores, ahora se interesa prioritariamente en el tallo y en las hojas, es decir, en el cuerpo en crecimiento, en aquello que sostiene y estructura y se desarrolla con una especie de lógica interna. Estos dibujos tridimensionales y transparentes, entre la escultura y el mueble de la música de mobiliario de Eric Satie, plantean también otras cuestiones interesantes, como la de la definición mútua del dibujo y del espacio o la del límite como herramienta formalizadora.

Pero a esta actitud que podríamos considerar casi epistemológica en la inevstigación, se le superpone un elemento introductor de la experiencia hedonista: el juego con el ornamento. El módulo, el patrón, el pattern decorativo, son los protagonistas de muchas de estas piezas entre el objeto experimental, el juego infantil y el catálogo ornamental. Pero si la decoración se conjuga principalmente sobre el plano, aquí adopta otras dimensiones y connotaciones. En las diferentes caras de sus puzzles de madera, se repite una forma que Finkenauer está explorando desde todas sus vertientes: una especie de pajarita, que podría ser también una bobina. Parece también esquematizar un elemento insólito hasta ahora en esta artista: la perspectiva y, con ella, la superación de la retórica primaria de aquello estrictamente plano en la representación, para dejar intuir una especie de apertura dimensional hacia formas más complejas.

En estas últimas obras de Finkenauer hay algo de alegría juguetona de un Alexander Calder, pero también del espíritu analítico de una Aurélie de Nemours y, a la vez, se trata de algo diferente, que se explica desde un contexto que, de momento, solo se nos ocurre designar con una redundancia aparente: el arte postpostmoderno.Estas piezas se plantean como un esfuerzo disciplinado e impertinente de hacer posible de nuevo la creación plástica autónoma, asumiendo las asociaciones históricas y figurativas que aparecen por el camino.

"Alles wird Gut." afirma el tapiz de Finkenauer que es artesanía, arte abstracto y arquitectura, utopía y consejo amistoso. Para el arte, puede querer decir que es necesario asumir la genealogía de la historia y, además, aspirar a la experiencia nueva. Como la imagen reconstruida de la mítica cultura mediterránea cretense del laberinto de Minos, las estructuras combinatorias de Sabine Finkenauer remitirían a la vez a una melancolía y a una promesa de la felicidad antigua que se hace desde la necesidad cognoscitiva y solo se expresa en la paradoja y la simplicidad.