DE NIÑAS Y FLORES
por Juan Bufill
texto publicado en el catálogo de la exposición DE NIÑAS Y FLORES, galería Esther Montoriol, Barcelona, junio 2002
Sabine Finkenauer no tiene vergüenza ni miedo. Tiene valentía y alegría cuando pinta y dibuja flores enormes o niñas vacías. ¡Cómo han cambiado los tiempos!...Hace menos de un siglo el artista más valiente era Duchamp, que se atrevía a exponer un urinario como obra de arte. Ahora, en el contexto del arte contemporáneo, cuando a muchos presuntos artistas les basta con enunciar el tema de un discurso sociológico (que no desarrollan ni expresan) para legitimar sus obras nulas y cuando la transgresión de pacotilla está al alcance de cualquiera y es celebrada por el museo-mercado, lo valiente y temerario es ya más bien atreverse a pintar al óleo y dibujar con lápices cuadros de flores y niñas, sin ninguna coartada intelectual protectora, sin apelar a lo kitsch y sin renunciar -más bien apuntando- al lirismo e incluso a la ternura. Con cierta ironía, eso sí.
Décadas de kitsch involuntario asociado a los cuadros con flores (y aún peor con niñas), en busca de una belleza obvia y por ello cursi, en tono naïf , tardoimpresionista o realista adocenado, previenen al público del arte contemporáneo contra estos motivos, tan devaluados por su mal uso y abuso como lo están las grandes palabras -amor o libertad-, cuando quien las usa es un mercader, un publicista o un político, y no un buen poeta o un verdadero filósofo. Y ahí está la clave del éxito artístico de esta pintora alemana y residente en Barcelona. Si Sabine Finkenauer logra rescatar estos motivos para el arte contemporáneo, es precisamente porque es una artista genuina y una pintora excelente.
Los cuadros de Finkenauer realizados en los últimos dos años son extraordinarios también por su temática y su tono. Sin embargo, esta artista no está completamente sola. Existe, en el arte del siglo XX, una cierta línea poética donde ha tenido cabida la ternura inteligente, asociada con el sentido del humor, la autoironía o sencillamente el buen humor. Posiblemente su más claro exponente sea la obra de Paul Klee, pero también las de otros como Calder, Miró y Arp. Esto en cuanto se refiere al tono, al carácter lírico y alegre de su obra. En cuanto a las formas y las materias, los referencias pueden ser nuevamente Klee (sus composiciones paramusicales, sus formaciones paranaturales, su síntesis de figuración y abstracción), pero también las calidades de la pintura-pintura de Joaquim Chancho o del Richter más abstracto, así como los campos de color de Rothko y más aún de otra artista alemana residente en Barcelona, Silvia Hornig, que ha enriquecido con nuevos contenidos y sentidos el lenguaje del color en el espacio.
Todos los óleos y dibujos de esta muestra tienen en común una rara combinación de minimalismo en la composición, de abstracción en la figuración, de atrevimiento y acierto en el juego de las relaciones y las densidades cromáticas y de rotundidad en las formas y colores y delicadeza en los matices y texturas. Son cuadros que emocionan sobre todo por su extraordinaria luminosidad, por la vitalidad y la alegría que comunican a través del color.
El color es emoción y es naturaleza, y la atención a la naturaleza lleva a la contemplación, que es una forma de reunión. Por esto en estas obras se dan uniones, fusiones, incluso en los títulos. Una composición en forma de planta puede ser un "Corazón con satélites" de distintos colores mezclados, o una "Flor corazón", o bien una "Flor copa" con hojas rojas con sombras y una copa de luz, sobre un fondo modulado en verdes claros. Una "Flor" puede parecer un cuerpo femenino, y la cabeza de una "Niña flor" puede representar el rostro de una infancia borrada, un rostro vacío, sin rasgos, pero lleno de una alegre luz-color entre frutal y solar.
En "Niña con flor" el dibujo está en los márgenes del cuadro, y el rostro de la niña es un espacio luminoso, una claridad vacía enmarcada solamente por el pelo que parece una cortina y los brazos de varios colores. El conjunto aparece como un mínimo teatro de luz y color, donde desaparece la separación entre lo exterior y lo interior y donde interviene, a modo de personaje, una planta también mínima, con tres flores como notas musicales.
Con parecida ternura y sentido del humor, la pintora puede dibujar una rara composición de niña "Durmiente", tumbada como un horizonte humano, unas "Vasijas" que forman figuras femeninas, donde las asas sugieren brazos y orejas, una "Minifalda" de rayas convexas separadas por vacíos que le dan un aspecto de escultura minimalista con patas, un "Vestido" rojo o azul invadido por una ambigua claridad que sugiere tanto un volumen como una zona inmaterial, un "Bosque" de distintas líneas rítmicas, un "Bloque" de viviendas como casillas irrisorias, o unos "Pelillos" y unos "Rizos" que enmarcan caras vacías de niñas sin más rasgos expresivos que la luz o el color.
Sabine Finkenauer me dijo que para hacer estos cuadros había tenido que "desaprender todo lo que me habían enseñado que debía ser el arte contemporáneo". Es otra manera de decir que, para poder expresarse con verdad, para que sus cuadros fueran la expresión de su persona, tuvo que prescindir radicalmente de las normativas –quizá oficiosas y no escritas, pero sí operantes-, de lo "artísticamente correcto". Al trabajar con naturalidad, le ha salido una obra alegre y libre, vital y luminosa. Yo diría que la luz de sus cuadros es la de una cierta clase de lucidez, inocente y no culpable. No es la lucidez del saber ver lo peor, que es profunda e incompleta, sino su contraria y complementaria: la lucidez que permite ver y vivir lo mejor. En el plomo lúgubre de Beuys hay verdad, pero también la hay en la luz y los colores de estos cuadros.